Tomar partido por las cosas
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Me compré La soñadora materia, libro publicado por Galaxia Gutenberg y que reúne tres poemarios de Francis Ponge (Tomar partido por las cosas, La rabia de la expresión y La fábrica del prado).
Me compré La soñadora materia gracias a El suscitador (Hyo Editores), de Alfonso Barguñó Viana.
Luego hablé con Alfonso (sobre Ponge y sobre muchas otras cosas).
[Aunque, por alguna u otra razón, nunca pude escribir nada sobre ese libro (El suscitador)]
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Leí a Ponge, lo disfruté, lo he seguido leyendo; pero, por alguna u otra razón, nunca escribí sobre su obra (y, de rebote, sobre la de Alfonso).
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“Los reyes no tocan las puertas”; así se abre el poema “Los placeres de la puerta”, del libro de Francis Ponge Tomar partido por las cosas.
Un poema que nos habla de que los reyes no conocen algunas dichas; entre ellas: la de “empujar ante sí con suavidad o rudeza uno de estos grandes tableros familiares, volverse hacia él para ponerlo de nuevo en su sitio- tener en sus manos una puerta”.
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Es un gran goce tener cosas entre las manos.
Un libro es un gran goce tenerlo entre las manos, por ejemplo.
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Y ahora vuelve Alfonso Barguñó Viana trayéndonos también cosas, entregándonoslas con sus manos, dejando que nuestras manos las acojan (con suavidad o rudeza).
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Y esta cosa es un libro: Las ciento cuarenta y cuatro páginas (HyO Editores, 2024): el Primer Libro Materialista. Un dispositivo que se centra sobre sí mismo (hasta el paroxismo), sobre su propia materialidad, desgranando las materias y el periplo de estas hasta que el libro es libro (el papel y su gramaje, la portada y su peso, la tinta y su volumen, etc). Así, como dice Eric Gras en su reciente review para El Periódico Mediterráneo, “la obra pone el foco en los elementos del mundo editorial. Estos se convierten en los verdaderos protagonistas de una aventura vertiginosa y caricaturesca”.
Porque es cierto que hay parodia, sátira; porque sucede que los personajes se descontrolan, el narrador se nos descontrola (tiene otras cosas que hacer), el traductor hace lo que le parece (y mete morcillas en las notas al pie), los editores se quejan y amenazan al propio autor, algún muerto del libro se rebela e incluso hay un asesino que, cual actor del método, recela de sus motivaciones e inquiere al autor. E incluso el libro dispone de salidas de emergencia para quienes quieran abandonar la lectura (y arrancar páginas precedentes -vienen con puntitos para recortarlas).
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Se propone aquí Barguñó dar cuenta de las cosas que componen el mismo objeto. Y no solo: ya que cuestiones ajenas a él, a su propia objetualidad, acontecen aquí (pues son necesarias, al fin y, además, afectan a la producción): cómo se gestiona el isbn, de qué manera viaja el papel desde las selvas hasta Barcelona, la relación de los editores con sus impresores y de los impresores con sus empleados (y los amores, recelos que guardan estos entre sí).
Porque esta es también una novela política, una novela que da cuenta de cómo las relaciones, los espacios y el dinero afectan a la producción (ergo: a la existencia o no de las cosas, de los libros, en este caso; de este libro, concretamente).
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También es Las ciento cuarenta y cuatro páginas una novela policiaca, negra, al estilo de moda. Hay asesinos y crímenes. Una investigación. Algún sospechoso. Una trama (no leve, sino abortada). Mil tramas posibles, en verdad, que se podrían desarrollar más (para que Vd. las desarrolle, lector). Pero también incluye derivas posibles de los personajes, posibilidades de otros libros, de otras narraciones y peripecias.
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Barguñó homenajea a Macedonio Fernández (explícitamente) y a Enrique Vila-Matas (implícitamente; sobre todo a su novela La asesina ilustrada).
Hay mucha más intertextualidad (sutil algunas veces, más de trazo gordo otras); pero habrá de averiguarla el lector (la lectora, aquí, que es el narratario preferencial).
Solo añadiré que el libro trae bonus track: en el epílogo se incluyen escenas de sexo oriental.
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¿Se pueden mezclar con maestría en un mismo texto la voluntad política y el divertimento literario más descacharrante? Sí, Barguñó lo hace aquí.
En esta novela Barguñó toma partido por las cosas, sí, y esas cosas somos nosotros: los lectores de un libro que comienza y termina en sí mismo, con la muerte de nuestra lectura, con la muerte de nuestra presencia.
Una genialidad como hacía tiempo no se veía en la literatura española contemporánea.