Qué farsa de mierda
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En estos días de mangoneos es bueno que hablemos del trabajo. Porque hay, al menos mil personas que escriben en español que piensan que pueden ganar un millón de euros con una novela, con su primera novela.
[Los más desesperados confían en ganar ese millón con la obra de toda una vida]
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Pero ni unos ni otros serán bendecidos por ese falso olimpo, nunca ungidos por el espíritu del dinero; que no os vais a hacer millonarios, escritores.
[la escritura que verdaderamente dice algo no gana millones; que eventualmente le caigan esos millones (uno, más bien) no es más que un accidente, y muy poco probable]
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De eso habla precisamente Poética del empleo (La navaja suiza, 2023), de Noémi Lefebvre. Una novela de título permutable, que bien podría haberse llamado también El empleo de la poética.
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“Soy como mi padre, pero en mucho peor, mi padre es capaz de hacerlo todo porque no hace nada, mientras que yo no hago nada porque no soy capaz de defender a un humano aplastado, arrastrado por el suelo y molido a patadas con total impunidad y tampoco sé buscarme un trabajo ni escribir un cv ni ninguna biografía y ni siquiera poesía y ni siquiera un solo verso”
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Lefebvre nos habla de la identidad personal construida en torno al empleo (y su posible -y añorada- ausencia).
En el libro, un personaje de género no marcado discute, dialoga y confronta a su padre. Un padre que, empero, la/le invade, ya que el personaje narrador se gobierna por el superego de padre; esto es, se somete mentalmente a la función simbólica del padre sobre sí. Dicho en otros términos: la ley, la jurisprudencia, la moral (y el lenguaje de la rectitud cívica) se le/la introduce en la carne y en la sangre.
A este respecto se ha de hacer notar que una de las subtramas (o estribillo-mapa, como los llama Cristina Pineda, la excelente traductora del libro, quien ha realizado un trabajo ímprobo) es el envenenamiento de la lengua. La asociación de ideas funciona aquí con las lecturas de Karl Kraus (abatido, sordo y derrotado por el Tercer Reich) y Klemperer (un filólogo judío tratando de sobrevivir al Tercer Reich). Con ello se establece un paralelismo erróneo (en el sentido de que, con su discurso explícito el/la propio/a personaje lo invalida) sobre la similitud de nuestros tiempos con la época nazi. Ello sirve para reflexionar sobre la lengua culta y el lenguaje prefabricado (que des-activa el lenguaje de la poesía).
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El/la narrador/a tiene una madre muerta, lectora de Schiller, de quien se rescatan toda una serie de apuntes referidos al ideal (que contrasta con lo útil). Así, el/la protagonista se autoafirma en el beneficio del arte y la escritura en contraposición a la utilidad de lo producido por el mercado del trabajo. Además, vive en la angustia, sufriendo un poco de depresión, fumando porros y comiendo plátanos. Su padre, mientras tanto, se ocupa en beber botellas de chablis, chiroubles y de vosne-romanée y mantiene diálogos socráticos consigo mismo.
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Poética del empleo está construida en base a dos pilares fundamentales: de un lado se sostiene en una suerte de diálogo becketiano (casi infantil en su absurdidez idiota) entre el/la personaje y su padre y, de otro, en diez reglas de la vida para el poeta (una suerte de decálogo), que sirven de marco conceptual y, hasta cierto punto, de ordenamiento de la fluidez de las ideas que se vienen expresando en el texto. Matiz importante: no se trata exactamente de un tratado cuyos puntos se desglosen en diálogos (pues, de suyo, se deriva -con rebeldía- hacia el excurso), ya que la relación entre ambos puntales del libro es a veces tangencial, oblicua e incluso inexistente. Y ahí precisamente es donde reside el logro mayor del libro: en su leve sostenimiento, que no afirma, sino que se deja fluir en el propio pensamiento del texto, en el lenguaje libre de constricciones, por así decir.
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Una evidencia de lo dicho es una frase sobre la que el/la narrador/a del libro reincide tras cualquier razonamiento que parece conducirnos a una conclusión: “qué farsa de mierda”, se repite con insistencia sobre todas las cosas del mundo, la poesía y el vivir.
Un vivir (muy importante) que se basta a sí mismo.
En el libro se expresa muy bien. Se nos dice: “vivía para vivir, no para ganarme la vida”.
Esto es: la mera vida ya como un triunfo, y no como un medio.
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Sin parecerse demasiado, Poética del empleo tiene un aire de familia con Clausewitz y yo (Esto no es Berlín, 2020), de Carlos A. Aguilera. Sobre todo en su aspecto tragicómico y grosero, en lo soez de su lenguaje y en su afán existencialista por la libertad.
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La trama sucede en “la noble villa de Lyon”, invadida por fascistas, donde una Francia unida contra el terrorismo vehicula su buenismo en un lenguaje envenenado. Entretanto, las calles se llenan de gente (varios miles de personas) manifestándose contra el proyecto de reforma de la ley del trabajo (reivindicación a la que finalmente se sumará el/la protagonista, encontrando ahí, justo ahí, la poesía de la existencia).
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El/la narrador vive en la angustia “por buscar un trabajo y por tener uno si alguna vez lo encontraba”, nos dice. Y le sucede lo mismo con el dinero. Escribe Lefebvre sobre este que ”no tiene importancia para aquellos que lo tienen ni para aquellos a los que les importa una soberana mierda” (como es el caso de el/la protagonista).
Estos dos son los nudos gordianos donde está el meollo del asunto en Poética del empleo.
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En algún momento de su vida, el/la protagonista publicó una novelita sobre la cuñada de una vieja tía de su padre que “se vendió muy bien en los supermercados, una novelita tonta a la que siempre llamo así, que me permite vivir de manera descarada y que firmé bajo un nombre tomado del puré de patata de bolsa”, nos dice. Lo considera un error de juventud. Sin embargo, sigue viviendo de sus “modestos derechos de autor”; cosa que, no costará entender, la/le llena de repugnancia. El título de la novelita es el siguiente: Qué, no veis que la vida es demasiado corta. Una novelita que le permite comer y pagar el alquiler, no obstante.
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Poética del empleo defiende una visión contemplativa del mundo, indiferente y desinteresada; donde el afanoso mundo de la economía registra su orden y sus obligaciones, Lefebrve nos invita a otear poéticamente el horizonte. En fin de cuentas, si ya sabemos que todo es una farsa de mierda, a qué darle más pábulo a ese lenguaje envenenado de las novelitas tontas, nos dice la autora.