No me gusta viajar (en vacaciones)
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No me gusta viajar.
En realidad, no es eso, pero sí.
No me gusta viajar en vacaciones, cuando se siente el viaje como una imposición y no como algo placentero, escogido, libre. Me parece una segunda cárcel; más pomposa, y festiva, pero una prisión, al fin.
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No me gusta que me obliguen a viajar, del mismo modo que te obligan a trabajar. Son dos tiranías de igual índole. Lo detesto.
Detesto que me digan cuándo he de ser feliz o cuándo debo ausentarme de mi ciudad, de mi casa, de mis costumbres.
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No me gusta la gente que viaja por viajar, porque siente que si no lo hace la vida se le escapa de las manos. Es mentira: porque la vida ya se les escapó hace tiempo, hace mucho mucho tiempo entre los dedos trémulos. Ese delirio por escapar donde sea, en los días festivos, es el recordatorio regular, firme, imperecedero de su derrota.
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En el primero de los 12 relatos de El Museo de las contradicciones (Demipage), de Antoine Wauters, nos encontramos con un grupo de gente que quiere ir a la costa, a ver el mar. Es una voz colectiva con fuerza individual (pero no comunal, que eso significa otra cosa, significa compartir rasgos por voluntad, no por contingencia). Esa voz se queja, dice: “nuestros cuerpos son lo poco que nos queda, señoría”. Dice: “ya no tenemos dónde vivir y nos quema por dentro”. Dice: “nosotros no tenemos nada”. Dice: “ya no nos queda nada en este mundo salvo nosotros mismos”.
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Sucede durante el periodo vacacional que, como las ratas, surge toda la mugre de la sociedad y se hace visible. Todo lo feo es más evidente.
[y eso incluye a los que se quedan y a los que se van]
Pero lo feo también es parte de nosotros.
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La voz del primer relato del libro de Antoine Wauters, que lleva por título “Discurso del mar prohibido”, dice: “queremos un lugar donde poder movernos libremente, amarnos, escuchar nuestra música”. Dice: “ya no creemos en nada”. Y añade: “La familia, la pareja, la nación, el compromiso, la militancia, los manifiestos – ya sean surrealistas, dadaístas o futuristas-, la religión, el más allá, los vínculos… nada queda ya”.
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Y continúa la voz: “todo a nuestro alrededor se disfraza de otra cosa” y ello porque “cuando las palabras dicen lo contrario de lo que dicen o de lo que pretenden ser, el mundo se pone patas arriba”.
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La voz colectiva (que no comunal) del relato de Antoine Wauters afirma: “quemaremos las palabras una a una para reinventarlas, devolverles su sentido y su fuerza”.
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Viajar en vacaciones no es libertad, es mansedumbre.
Conviene decirlo, repetirlo.
Y volverlo a repetir. Palabra por palabra.
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Viajar en vacaciones no es libertad, es mansedumbre.
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[Spoiler: aferrados a la fe de su amor y su desesperación, los protagonistas del relato de Antoine Wauters no consiguen llegar a la playa. Pero amenazan, dicen: “Porque si nuestra furia no estalla, lo haremos nosotros”;
sea]