estoy aquí aquí estoy (encuéntrame)
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Me encantan esos libritos que hace Jesús Marchamalo.
El último, publicado por Nórdica, lleva por título Dickinson y las violetas
(y trae ilustraciones de Antonio Santos).
Está dedicado a la poeta inglesa, de quien apenas conservamos una imagen de cuando tenía 16 años: un daguerrotipo “que parece llegarnos de un pasado remoto y fantasmal”.
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Su hermana, tras su muerte, encontró en el arcón secreto de su cuarto sus poemas. Sin título ni fechas, con una letra ininteligible: “un bosque de puntos y guiones”.
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Los editores se quejaron de su extrañeza, de su rima inconsistente.
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Hasta 1890 (cuatro años después de su muerte) no se publicó la primera antología de sus poemas.
Tenía cincuenta y cinco años y nadie la había visto en Amherst desde veinte años atrás; llevaba veinte años recluida, escribiendo, dedicada también a las plantas y a la repostería.
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Samuel Bowles, el director de un periódico local, la llamaba “La reina reclusa”.
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Dickinson creó sobre sí “un círculo de soledad, de silencio, que protegía su enigma, su secreto”.
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Su legado: algo más de mil setecientos poemas.
(poemas que gritaban por ser mirados, descubiertos, admirados como flores)
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“todos los migrantes / hicimos de esperar nuestro oficio” escribe Sofía Crespo Madrid en su tercer poemario Aunque me extinga (Candaya).
Así comienza, parafraseando a Rilke: “¿Quién, si yo gritara, / me oiría desde las cortes judiciales?”
[aunque en quien se quiere espejear es, de veras, en César Vallejo; en su misterio]
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La supervivencia del amor, el amor como escritura. El amor de la memoria; la vida como herida impredecible. La memoria entre cenizas. La (no) renuncia del amor. Porque todo lo mueve el amor. Los tubérculos del amor.
Y se pregunta: ¿sirve la belleza para mitigar la pérdida?
[sobre eso razona el poemario, mientras el yo poético espera la resolución de extranjería, la burocracia]
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La segunda parte del poemario (“Astillas”) la abre precisamente una cita de Emily Dickinson que dice así: “Between My Country – and the Others- / There is a Sea - / But Flowers -negociate between us- / As Ministry”.
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Un poemario que es un “artefacto / gelatinoso e incomprensible” y está, claro, lleno de astillas (porque las puertas de madera no ceden a los golpes de los puños), y de llagas.
Llagas y astillas donde también perdura el amor, deseoso por ser encontrado.
Y, entretanto, el lenguaje (que también espera) se hace cuerpo, se hace poema (y, a veces, las dos cosas al mismo tiempo).
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Un libro que contra el silencio administrativo opone la fricción, el roce (el goce) del baile; porque sabe que el amor nunca puede ser después.
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No me resisto a no mencionar el prólogo de Aida González Rossi, un original e interesante prefacio así llamado “prólogo-acampada”, en cuyas arenas (no movedizas, pero sí maleables) campan Vanessa Mendt, Juli Mesa, Sabina Urraca, Mónica Ojeda, Lana Corujo, Mariana Bercowsky, Pablo Baleriola y la propia autora del prólogo (relatora, más bien) en un diálogo sobre el propio poemario (sobre sus flecos y sus flancos).
Escribe en el mismo Aida que “este es un libro de cuerpos en roce y chispas” y que habla de las cosas que suceden a la vez, “lo que se quema mientras lo demás duerme y sueña con agua”.
[Yo añadiría que es un poemario que quiere esconderse -y trata de disimular- mientras grita por ser encontrado (a todos los niveles)]