El silencio es atractivo
*
Se lo cuenta el copywriter Isra Bravo a Alex Fidalgo en la última edición de su podcast, Lo que tú digas, que el silencio es atractivo. Lo cuenta éste en relación al ligoteo, los inicios en la sentimentalidad de una pareja, esos momentos en los que uno se vende a sí mismo. O mejor dicho, y siguiendo a Bravo, para esos prolegómenos en los que debe uno dejar que sea la otra (el otro) quien haya de venderse, y hable, y nos informe, y nosotros aguardamos en el silencio, dejándoles hacer… es justo en esa etapa del flirteo, dice Bravo, donde -para la otra persona- resulta nuestro silencio atractivo.
Añado yo: porque el otro (la otra) rellena el vacío.
Y hablando de Fidalgo, hay otro vídeo suyo, de hace ya más de un año en el que Manuel Jabois cuenta que transcribir su voz en una entrevista le resulta cruel y que ya, para las entrevistas largas, tiene a alguien que se las transcriba. Comparto esa percepción brutal. Es por eso que cuando hago entrevista en vídeo saco -edito- mi voz, dejo solo la de los entrevistados.
Al final, la voz de uno, las preguntas, son mera excusa; todo el logro está vinculado a las artes del entrevistado; en la complicidad que haya sido capaz de crear el entrevistador es en donde reside, si lo hubiere, el mérito de quien pregunta.
Preguntas, al fin, no hay más que unas pocas. Siempre las mismas. Y se repiten. Y se repiten. Una y otra vez.
*
En Blanco móvil (Aguilar) cuenta Sergi Bellver su experiencia como escritor nómada, durante los últimos diez años, yendo de casa prestada en casa vacía. Detalla cómo ha sido el efecto inmersivo del paisaje, de algunas cabañas en las que ha habitado, el que le supuso un tan grande bien que “apuntalaron mi deseo de dejar algún día el camino del nómada, acabar con mi largo historial urbanita y encontrar por fin el que ojalá fuera mi último refugio, ”una cabaña en el bosque”, pero una propia y, de una vez, sin más fecha de caducidad que la de mi existencia”, escribe.
Esta cabaña en el bosque tiene un trasunto en lo que el escritor denomina “la cabaña simbólica del espíritu”; esto es, una cabaña profunda y duradera, un refugio lejos del ruido “de máquinas de actualidad, del materialismo y de la corte literaria”. Una forma de vivir, “más allá de la inmediatez”.
*
No obstante, también trae el silencio la soledad indeseada. Lo constata Bellver también en su libro. Y nos dice que, aunque le parece menos compleja y bastante más previsible que el extrañamiento o la incertidumbre, también le pesa, se le ha hecho igual de difícil sobrellevarla durante esta última década. No hablamos aquí de la soledad necesaria “para poder escribir tranquilo y concentrado”, sino la que no se elige, o la que siente uno incluso estando rodeado de gente o al compartir espacio con otras personas (con las que no acaba de conectar).
Una soledad agridulce, que favorece la escritura, pero que no permite compartir las alegrías, aliviar las penas; tener un salvavidas a mano cuando uno lo necesita.
*
“Aspiraba a la soledad. Más nihilismo y más vacío. Una soledad absoluta” escribe el protagonista narrador de la última novela de Juan Vilà, Tan difícil como raro (Anagrama). Un texto que hunde sus raíces en una máxima de Spinoza. La siguiente: “Si la salvación estuviera al alcance de la mano y pudiera conseguirse sin gran trabajo, ¿cómo podría suceder que casi todos la desdeñan? Pero todo lo excelso es tan difícil como raro”.
Todo lo cual me lleva a preguntarme: ¿la soledad del silencio nos condena o nos salva?
*
Y si hablamos de silencio (amoroso) es inevitable no pensar en Salinas.
De quien leo lo siguiente (de su poema “Aquí”, incluido en el libro de 1931 Fábula y signo):
“Me quedaría en todo / lo que estoy, donde estoy. / Quieto en el agua quieta; / de plomo, hundido, sordo / en el amor sin sol”.
Alerta a ese último verso: ”en el amor sin sol”
*
Y aquí es justo donde quería llegar. Al silencio como tragedia y delito, como noúmeno o fenómeno. Como acto de la razón o de los sentidos.
Porque el silencio habla, y dice muchas cosas.
Puede ser cómplice o verdugo; amigo o enemigo (e incluso ambos a la vez).
*
Por ponerlo en términos más prosaicos: el amor fabula en el silencio, le construye hipótesis, (re)construye indicios, busca en las sombras y, finalmente, claudica a su fastuoso enturbiamiento. Vaya, se deja vencer. Y se abandona a sí mismo, sueña que escapa, pues, de las prisiones de lo posible.
Por el contrario, si pensamos el silencio amoroso en términos racionales, se entiende que el silencio es desdén. También claudica esta vez, igual que pensado de forma fenoménica, pero negándose a sí mismo.
*
Y es lógico que así sea porque no existen razones ontológicas para considerar superior al silencio respecto del habla (y de ahí que el silencio nos hable), pues uno contribuye a darle significado al otro.
Hablando en plata: que ni queremos ni podemos escapar del silencio. De ahí su poder de atracción letal, de ahí su amoricidio.