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Hay metáforas que, de tan vívidas, resultan burdas.
El otro día, quizá fuese un domingo, y justo al salir del portal de mi casa, me encuentro cientos de piezas de un puzzle desperdigadas por el suelo. Les saco una foto. La subo a twitter. Camino.
Mientras camino, pienso que la vida, en ocasiones, es bastante zafia.
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Más muertes: el domingo se nos fue P.
Todavía no acabo de asimilarlo.
Mañana iremos al tanatorio.
(sale en algunos de mis vídeos de Instagram; no he tenido valor para revisarlos, todavía)
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Demasiadas muertes, últimamente. Algunas literales, otras metafóricas. Todas, sin embargo, dolorosas. Mucho vacío alrededor.
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No sé si es un momento crepuscular o es que más bien se trata de una lenta e intransigente decadencia. No sé si soy yo (que me derrumbo lentamente) o el mundo (que lleva décadas haciéndose añicos).
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“No, este blancor
No es el de aquellas flores níveas
Que esparció el temporal
En mi jardín; la que cae ahora no es
Sino la blanca nieve de los años”.
Fujiwara no Kintsune
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“Tras esperarla tanto, / con que prisas se cae la flor… / Corazón del cerezo”
Sogi
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Escribe Roberto Bartual que “el coleccionismo es un intento de negar la muerte”. Lo escribe en el Anexo II que se incluye en Conde Libri (Pathosformel), un libro-artefacto que incluye asimismo un texto del insigne -y supuesto- ladrón de libros Guennadi Kramerius (“El hurto como tratamiento.exe”), una excéntrica pieza genial -una danza iluminada- del colectivo Juan de Madre (“Selva Teriyaki: una coreografía filosófica”), un extracto de Circular 22, de Vicente Luis Mora (“Calle de Fuenlabrada”), un interludio editorial con sampleos sobre la traducción en la historia y el texto que da nombre al volumen, “Conde Libri”, supuestamente escrito por Arthur Sackville-Marchmain, al que hay que sumar una biografía de Wikipedia (también supuesta; ojo que no digo falsa) sobre la vida del más famoso ladrón de libros: Guglielmo Libri Carucci dalla Sommaja.
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Conde Libri es un tratado coral sobre la bibliofilia (a pesar de que esté atravesado por la mano de Bartual, o quizá justamente por ello: por las voces ajenas que -se- hace propias Bartual). Pero no solo eso, sino que nos habla de sus consecuencias y aledaños: el hurto de libros, el negocio de la venta de volúmenes antiguos, la traducción, la copia y, por sobre todo (y este es el centro del asunto): el hecho cultural único y el libro en tanto que “primitiva tecnología de comunicación espaciotemporal”.
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Escribe Roberto Bartual: “estoy convencido de que el logocentrismo y, por extensión, la bibliomanía están íntimamente relacionados con la ansiedad”
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En Conde Libri hay bastante ansiedad; se podría colegir que es la propia del acecho de la muerte.
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La gracia de Conde Libri es su multiformidad, que se desdice y aplaude, se duda y se quiere. Es un divertimento muy serio, como todas las cosas importantes del mundo.
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Todos los hechos pasados son ficciones y la memoria no es más que lenguaje, nos dice Bartual.
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Las anotaciones en los libros y las fechas de los exlibris cuentan nuestra verdadera historia, la que no le contamos a nadie, escribe también Bartual. Y, esencialmente, estoy de acuerdo.
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Esta newsletter es una forma de luchar contra la muerte, lo mismo que la lectura que tú ahora mismo estás haciendo de este texto, lo mismo que…
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Se nos dice en Conde Libri que los fantasmas son libros encarnados. Y es así porque todo lo que se apresa en un texto proviene del pasado, de lo que ya fue y nunca ocurrió más que en el momento mismo de la escritura (y la lectura).
Dice Bartual: “escribir es traducir. Dar forma a lo que nunca ocurrió”
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Y lo que más me ha gustado de Conde Libri; una conclusión subversiva y con la que vale la pena cerrar esta newsletter (y encarar este miércoles aciago): pues que no es importante lo que los libros te hacen a ti, sino lo que tú les haces a ellos.
Y fíjate bien, que no digo lo que tú haces con ellos, sino lo que tú les haces a ellos.
Piénsalo.
Chimpún.