Días de champagne y rosas
Decía Vicente Huidobro sobre Amado Nervo que “se inquieta, pero no se desespera”. En eso pienso mientras veo el Moet & Chandon todavía sobre la mesa del comedor (vacía), la casa que huele a placer y cansancio, satisfacción y risa. Dos copas con sobras de vino blanco. Un paquete de Winston arrugado. La botella de vino blanco que me regaló el otro día 0. (vacía). Y, en la cocina, una de las copas que me regaló A. rota, hecha pedazos, en el suelo; una copa feliz en su cometido de romperse, como celebrando con estrépito el júbilo que, alguna noche, se ha vivido en las madrugadas de esta casa.
Así, inquieto pero no desesperado, he pasado esta última semana. Trabajosa y rápida, excitante y nerviosa. Una semana de goces (y alguna sombra, leve: muy leve).
Es domingo, y estoy agotado. Es mediodía. Pero aun debo ocuparme de que todos mis autores regresen a casa sanos y salvos, que nadie pierda el tren, el avión, que firmen los libros que les he pedido y los dejen en la recepción del hotel; saber si están felices, si lo pasaron bien. Controlar, pues, que todo esté en orden.
A media tarde, cuando ya está todo el mundo de regreso, me relajo. Me echo una siesta. Y luego: recoger las copas, las botellas vacías, poner lavadoras, regar las plantas, recoger la ropa tendida que lleva ahí por lo menos desde el miércoles (y le han caído ya tres granizadas e incontables lluvias), pasar la mopa, comprar una pizza.
Salgo un rato a la calle. Solo por no estar en casa. Y leo en el bar de la esquina. En la terraza. A Mayte López (Sensación térmica). Nos metimos en esto justo por esto, pienso. Por estos ratos de lectura solitaria, por el placer de la literatura, porque los libros son parte indispensable de nuestras vidas. Sin embargo (y a pesar de que ha habido muchos libros en mi vida esta semana) mis ocupaciones han sido bien otras: logística, gestión, comercial, relaciones públicas, coordinación.
Ha sido agotador.
No se puede decir de otra manera.
Ha sido muy agotador.
Es martes en la noche y tengo la mesa llena de facturas. Pasar gastos, justificar recibos. Aclarar números, sumar cantidades. No nos metimos en esto por esto, aunque sabemos que es parte del trabajo.
Sigo cansado.
Pero todo está bien. Leo a Fernanda García Lao (Sulfuro). #hijita duerme en casa. Todo está tranquilo. Me tomo un café. Y pienso en las rosas, rosas marchitas mojadas por la tromba de agua del sábado. Pienso en mis pies, el sábado, mojados hundidos en las sucesivas riadas; y esa sensación de que la ropa se te moja y se te seca encima, puesta.
El jueves por la mañana me trajo un mensajero una rosa a casa. No digo qué empresa la mandó como acción de marketing porque vino mustia. Y, pensé: jo, qué mala suerte. Venía con el tallo cortado y esos tubitos que les ajustan abajo con agua. Pero no había agua en él. Cómo no se habría de haber secado, amustiado, pues. El agua que le faltó a esa pobre rosa vino ciclonada el sábado. Nunca llueve a gusto de todos, que se dice.
Y la vida es pura descompensación.
Pero es lógico que así sea.
Pienso, mientras esto escribo, en que tengo que ir a comprar más champagne. Cualquiera diría que se avecinan muchas más madrugadas jubilosas en esta casa. A partir de mañana, que #hijita se marcha de nuevo a casa de su madre.
Las rosas, te tocará traerlas a ti, darling.
*Un tema: “Ángel exterminador”, de los Ilegales feat. Enrique Bunbury