Cuanto más piensas más dudas tienes
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He pensado en un poema de Antonio Carvajal, del libro Miradas sobre el agua (1993); “Canción de la ciudad” se llama el poema.
Y dice así:
“Amo a los hombres que una luz futura
nutren con los ardores de su vida
y saben que el presente es la mentida
brasa de una existencia no segura
[…]
Ellos que, si has caído, te levantan
y sufren más que tú y que yo y que cantan
la vida por hacer y su belleza”
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Estar muy seguro de algo es tanto un muro de contención como una fuente de parálisis. La duda acciona el pensamiento, pero no es menos cierto que duda más pensamiento es igual a más duda.
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En otro de sus poemas, “Las ruinas del aura”, del libro Raso milena y perla (1996) se refiere Antonio Carvajal a “la inocencia primera / de fías sin afanes” y a “las soledades / de la nueva inocencia”.
Ya desde aquí podemos ir abriendo luz para nuestra oscuridad, y es que el pensar nos lleva a la soledad de esa nueva inocencia (a la duda segunda, pues).
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Dice Francisco Silvera que “el arte genera más arte y no necesariamente mercado o nombres, sino que se integra para formar un sustrato de lo que el futuro bebe y varía. Y eso es ser un clásico”.
De lo cual no se desprende que si uno quiere darse a ese pensar que da más pensar acabe convirtiéndose en un clásico; eso que lo tengamos todo claro. Pero sí que se convierte uno en sustrato, alimento, potencialidad de su luz futura.
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En siendo así, y queriendo pues asegurarnos el ardor de la vida por venir, una vida bella y plena, qué mejor que el vértigo del pensamiento, que sobre sí pivota, que sobre sí duda, que sobre sí… sí, también yerra sin rumbo, las más de las veces equivocando sus flechas (o mejor dicho, echando a perder las flechas inservibles).